En dos episodios de Pinta a Ficción nos hemos metido hasta el fondo en el taller de ideas de Isaac Asimov: primero en su vida en el episodio 61 y después en su obra en el 62.
Aquí te vas a preparar para ambos viajes, su vida, las anécdotas y un mapa claro para empezar a leer (o releer) al que muchos consideran el gran arquitecto de la ciencia ficción moderna.
Si has llegado aquí desde el podcast, esto es el complemento de lectura y si no, es tu punto de partida para escuchar el doble capítulo.
Cherp y Josito se meten en la vida de Isaac Asimov, uno de los tres grandes de la ciencia ficción. Desde la tiendecita de chuches en Brooklyn hasta su despacho de profesor de bioquímica, repasamos su infancia, su relación con las revistas pulp, su obsesión por el trabajo, sus manías (incluida su fobia a volar) y cómo un tipo tímido y cabezota acabó cambiando para siempre la manera en que imaginamos el futuro.
Isaac Asimov nació en 1920 en Petrovichi, un pueblecito que entonces pertenecía al Imperio Ruso. Era judío, y él mismo reconocía que, si su familia no hubiera emigrado a tiempo, probablemente no habría sobrevivido a las oleadas de persecución y guerra que arrasaron Europa unas décadas después.
Con apenas tres años, sus padres hicieron las maletas y cruzaron el océano rumbo a Brooklyn (Nueva York). Allí montaron una pequeña tienda de chucherías, cigarrillos y revistas. Ese mostrador, que a priori parecía un lugar poco literario, terminó siendo la puerta de entrada de Asimov a la imaginación.
En las estanterías, junto a los caramelos, se apilaban las revistas pulp: portadas chillonas, historias de vaqueros, aventuras espaciales baratas y relatos de ciencia muy cogida con pinzas. Su padre las despreciaba (“basura”, decía), pero Isaac se quedaba embobado leyendo los titulares.
Al final, el padre cedió por otro lado: le sacó a Isaac una tarjeta de la biblioteca pública. Y eso fue como abrir de golpe las compuertas. Con siete años, el pequeño Asimov devoraba tebeos, clásicos como la Ilíada y la Odisea y cualquier cosa que mezclara conocimiento y aventura. La escritura vino después, casi como consecuencia natural: cuando te aburres de lo que lees, empiezas a imaginar cómo lo habrías contado tú.
En el colegio, Asimov era el listo raro. Lo adelantaron de curso, lo que le aseguró dos cosas: ir siempre un poco descolocado y ser carne de bullying en el Brooklyn de los años 20. A cambio, desarrolló un rasgo que le acompañaría siempre: una ética de trabajo brutal. En casa no sobraba el dinero y había que ayudar en la tienda; aprendió muy pronto que el esfuerzo intelectual también era trabajo… solo que la pluma pesaba menos que el martillo.
Con 15 años, Asimov entró en la universidad (Columbia) y se inclinó por las ciencias: primero zoología, luego bioquímica, disciplina en la que terminaría doctorándose. Ese lado científico es clave para entender su estilo: quería que la ciencia ficción fuera verosímil, que la tecnología tuviera una base lógica y no fuera solo “magia con botones”.
Mientras estudiaba, empezó su relación con las revistas de ciencia ficción como autor. Llevó sus primeros cuentos a la mítica Astounding Science Fiction, donde se encontró con el editor que cambiaría su carrera: John W. Campbell. Campbell rechazó sus primeros relatos, pero lo hizo dándole algo aún más valioso que un cheque: crítica y dirección. Le señaló dónde fallaba la historia, qué podía mejorar, y le animó a seguir insistiendo.
Asimov insistió. Y mucho. A finales de los años 30 empieza a vender relatos de manera profesional. En 1938 cobra su primer cheque serio por una historia para Amazing Stories. Poco a poco, su nombre se va haciendo habitual en las cabeceras de ciencia ficción de la época.
En paralelo, avanza su carrera científica. Durante la Segunda Guerra Mundial trabaja en un astillero naval como químico para evitar el frente; luego vuelve a la universidad, defiende su tesis y acaba como profesor de bioquímica en la Universidad de Boston. Durante un tiempo vive una doble vida: investigador de día, escritor de ciencia ficción en cada rato libre.
Asimov se establece como escritor a tiempo completo y desarrolla una rutina casi inhumana: jornadas de hasta diez horas seguidas, persiana bajada, luz encendida, máquina de escribir delante y cero distracciones. Gracias a ese ritmo, acabó publicando del orden de 500 libros entre ficción y no ficción, además de centenares de artículos.
Tenía fama de serio, pero su humor era muy peculiar. Escribió incluso artículos científicos satíricos (como el famoso de la tiotimolina resublimada, una sustancia ficticia con propiedades imposibles), que casi le cuestan un disgusto en la universidad porque los examinadores creyeron que se estaba riendo de ellos.
También era un hombre de manías fuertes:
Tenía fobia a volar y evitó los aviones siempre que pudo.
Al mismo tiempo, sentía una especie de claustrofilia: le encantaban los espacios cerrados, ideales para pasar horas escribiendo.
No sabía montar en bicicleta ni nadar, y lo llevaba con toda la naturalidad del mundo.
Y, por encima de todo, le fascinaba la mente humana: la suya y la ajena. Ese interés se nota tanto en sus ensayos como en sus novelas, donde lo importante casi nunca son los rayos láser, sino los debates, los dilemas éticos y los choques de ideas.
En el plano personal, Asimov tuvo una vida más movida de lo que a veces se cuenta. Se casó en 1942 con Gertrude Blugerman tras un noviazgo relámpago; con ella tuvo dos hijos. Años más tarde se divorciaría y se casaría con Janet Jeppson, psiquiatra y también escritora, que lo acompañó hasta el final de su vida.
Es uno de los pocos autores de ciencia ficción que dejó varias autobiografías extensas, donde repasa su vida con un nivel de detalle que a veces roza lo obsesivo: libros de memorias en dos tomos, una tercera versión más condensada… Si te interesa el personaje, en esas páginas hay anécdotas para aburrir (o para disfrutar, según lo fan que seas).
Asimov murió en Nueva York en 1992, oficialmente por complicaciones cardíacas y renales. Años más tarde se sabría que, durante una operación de corazón en los 80, recibió una transfusión de sangre contaminada con VIH y que fue el sida, en última instancia, lo que deterioró su salud. Por deseo de la familia y de los médicos, la causa real se mantuvo en secreto durante mucho tiempo.
Su legado, en cambio, es todo menos discreto.
En el episodio 62 del podcast nos metemos a ordenar el llamado asimoverso, es decir, el conjunto de sagas que Asimov terminó entrelazando: las historias de robots, las del Imperio Galáctico y la Fundación.
Aunque no fue un plan maestro desde el principio (muchos puentes los escribió después, casi “a posteriori”), hoy se suelen leer como un gran mosaico. Para no perderte, piensa en tres bloques principales:
Asimov se ganó a pulso el título de “padre de los robots” de la ciencia ficción. No tanto por inventar la idea, sino por darle una ética y unas reglas claras.
Por un lado están los cuentos de “Yo, robot”, donde se formulan las famosas Tres Leyes de la Robótica:
Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, salvo si entran en conflicto con la Primera Ley.
Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Más tarde llegaría la Ley Cero, que coloca el bienestar de la humanidad en su conjunto por encima del individuo. Ese giro ético es clave en sus novelas tardías.
La parte más jugosa de la saga de robots, sin embargo, está en las novelas policiacas protagonizadas por el detective terrícola Elijah Baley y el robot humanoide R. Daneel Olivaw:
Bóvedas de acero (1954): una investigación criminal en megaciudades cerradas, con prejuicio antirrobot por todas partes y un robot de aspecto humano como compañero incómodo.
El sol desnudo (1957): trasladamos la acción a un planeta donde casi nadie se ve en persona; todo ocurre por “pantallas” y el contacto físico da repelús. Resolver un asesinato en una sociedad que se evita físicamente es, como mínimo, complicado.
Los robots del amanecer (1983) y Robots e Imperio (1985): las tramas se amplían, entran en juego intrigas políticas y se prepara la conexión con el Imperio Galáctico y, más tarde, con Fundación. Aquí aparece con fuerza la Ley Cero y la idea de que un robot puede sacrificar a individuos por un bien mayor.
Estos libros funcionan muy bien incluso si nunca has leído nada más de Asimov: mezclan misterio, debate moral y especulación tecnológica con un ritmo bastante ágil.
La siguiente capa es el llamado ciclo del Imperio Galáctico, donde Asimov imagina un futuro en el que la humanidad se ha extendido por la galaxia y ha construido un imperio gigantesco, centralizado en el planeta capital: Trántor.
Trántor es casi un personaje en sí mismo: un mundo entero cubierto de metal y edificios, lleno de niveles subterráneos, sin apenas naturaleza, dedicado a la burocracia y sostenido por decenas de planetas agrícolas y mineros que lo alimentan. Es difícil no ver aquí el paralelismo con Roma y sus provincias.
Las novelas principales de este ciclo son:
Un guijarro en el cielo (1950): la primera novela larga de Asimov. Un hombre del siglo XX salta accidentalmente al futuro y descubre una Tierra debilitada y marginada por el resto del Imperio.
La arena estelar (1951): intrigas políticas y rebeliones en una región del espacio dominada por un poder opresor, con guiños claros a los movimientos de independencia dentro de un imperio.
Las corrientes del espacio (1952): comercio, colonialismo y conspiraciones alrededor de un recurso estratégico (una fibra valiosísima llamada kirt), con Trántor moviendo los hilos para extender su influencia.
En estas historias, Asimov afila su mirada sobre la política, la economía y la manipulación del conocimiento. Son el terreno perfecto para que, más adelante, florezca la Fundación.
Si hay una obra por la que Asimov seguirá vivo muchos años, seguramente sea la saga de Fundación.
La idea de partida es tan simple como poderosa: un científico, Hari Seldon, desarrolla una disciplina nueva, la psicohistoria, que combina matemáticas y sociología para predecir el comportamiento de grandes masas humanas. Con ella descubre algo alarmante: el Imperio Galáctico se va a derrumb ar irremediablemente y, tras la caída, la galaxia se hundirá en una edad oscura de miles de años.
Seldon no puede evitar la caída, pero sí puede acortar la barbarie. Su plan consiste en crear dos focos de conocimiento —dos Fundaciones— en extremos opuestos de la galaxia, oficialmente dedicadas a compilar una gigantesca Enciclopedia Galáctica. En realidad, son nodos estratégicos que, si sobreviven a una serie de “crisis Seldon”, podrán guiar a la humanidad hacia un nuevo Imperio mucho más rápido.
La trilogía original está compuesta por:
Fundación (1951): cinco relatos enlazados que cuentan las primeras crisis de la Fundación, desde su etapa de pequeño enclave científico rodeado de reinos bárbaros hasta su conversión en una teocracia tecnológica que usa la ciencia como si fuera magia religiosa.
Fundación e Imperio (1952): el plan aparentemente perfecto de Seldon se encuentra con lo imprevisible: un mutante conocido como El Mulo, un individuo que nadie había previsto y que amenaza con desbaratar la psicohistoria.
Segunda Fundación (1953): la búsqueda de una misteriosa organización de “mentálicos” que actúan en las sombras, y el enfrentamiento entre el poder de la mente y el poder político/económico.
Décadas más tarde, Asimov escribió precuelas y secuelas (como Preludio a la Fundación, Hacia la Fundación, Los límites de la Fundación y Fundación y Tierra) para conectar de forma explícita esta saga con la de los robots y cerrar el círculo del asimoverso.
Además de sus grandes ciclos, Asimov dejó un buen puñado de novelas y cuentos independientes que merecen muchísimo la pena:
El fin de la Eternidad: viajes en el tiempo, paradojas y una organización dedicada a “corregir” la historia desde fuera del tiempo. Es de esas novelas que te dejan pensando varios días.
Los propios dioses: probablemente su obra más “rara” y ambiciosa a nivel científico, con alienígenas de física imposible y una trama centrada en los riesgos de jugar con fuentes de energía desconocidas.
Lucky Starr y Norby: series juveniles con aventuras espaciales ligeras, pensadas para enganchar a lectores más jóvenes.
Y luego está el Asimov divulgador. Durante décadas escribió libros y artículos sobre física, química, biología, historia, Biblia, humor, lenguaje… Si había un tema que le interesaba, lo contaba. Su estilo como divulgador es muy reconocible: frases claras, ejemplos cotidianos y un tono de conversación de café con alguien muy listo pero nada pedante.
Si te da respeto entrar en la parte más dura de su ciencia ficción, empezar por sus libros de divulgación es una forma fantástica de conocer su voz.
Aquí van algunas rutas posibles, según el tipo de lector que seas:
Quiero la gran epopeya desde el principio
Empieza por la trilogía original de Fundación (Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación). Si te quedas con ganas de más, salta luego a las precuelas (Preludio a la Fundación, Hacia la Fundación) y, por último, a las secuelas.
Prefiero algo policiaco con robots
Ve directo a Bóvedas de acero y, si te engancha la pareja Baley–Daneel, sigue con El sol desnudo, Los robots del amanecer y Robots e Imperio.
Quiero un solo libro que me vuele la cabeza
Prueba con El fin de la Eternidad o Los propios dioses. Son autoconclusivas y condensan muy bien lo que Asimov sabía hacer.
Busco algo juvenil o más ligero
Curiosea las series de Lucky Starr o Norby, o entra por sus libros de divulgación científica, que se leen casi como si estuvieras hablando con un profe enrollado.
No hay un orden único correcto. Lo importante es encontrar el punto de entrada que más te apetezca… y dejar que el propio Asimov te vaya guiando de una saga a otra.